lunes, 16 de abril de 2012

“Vestía un lindo traje largo,  de seda blanco con pliegues y un cinturón rojo con flores de tul que adornaba mi talle antes más delgado que ahora…”- en ese momento de la grabación se escuchaba a Madeleine reírse, al recordar aquel relato que me dejo como legado. 

Mi adorada anciana, a la que había conocido hacía dos años cuando me mudé a la casa de al lado. Me había acogido como una nieta más, regalándome una sonrisa cada mañana y una taza de té cada tarde que era posible.

De aquellas tertulias, sentadas en aquel sillón acogedor de su comedor,  siempre terminaba diciéndome:
“Clara, te tengo que contar una historia de esas de película, que espero que nunca olvides. Porque te aseguro que el mundo tampoco se olvidará de ella”.

Y fue así, como muerta de la curiosidad, me acerqué aquella tarde de agosto a su casa y le dije: Madeleine, aquí estoy con una grabadora. ¿Me regalas un té y esa historia que me prometiste contar algún día?. 

Y ella encantada,  preparó té y me acomodó en aquel sofá blanco en el que ahora, estaba sentada de nuevo con una taza en las manos, y escuchando aquel relato que surgía del incesante giro de la cinta de la grabadora.

“… tenía el pelo recogido con un adorno en forma de mariposa y me había pellizcado los mofletes para tener ese colorcito sonrojado en las mejillas. Bajé por aquella escalinata de suave madera dorada, presidida por un ángel que parecía cuidar la estancia principal y que estaba cubierta por una alfombra roja. Las lámparas colgaban del techo como si fueran un racimo de diamantes que le iluminaban a él, a mí apuesto pretendiente Harry.

Fue una velada única, con anillo de diamantes incluido y canción dedicada por parte de la orquesta. Te puedo asegurar que en ese instante yo era la mujer más feliz del mundo.

 Hasta que… escuchamos un ruido como si un tren  estuviera parando en la misma cubierta del barco…”-en ese punto su voz se quebró  cambiando el tono, y dando lugar a una profunda melancolía.

“… tenía mucho miedo Clara, nos dijeron que no pasaba nada. La orquesta siguió tocando y la gente algo aturdida, intentó volver a sus charlas nocturnas. De algún modo, por espacio de poco tiempo, se volvió a implantar la normalidad, pero  en un abrir y cerrar de ojos,  todo se volvió caos.

El suelo empezó a inclinarse, las copas y la vajilla resbalaba de las mesas haciéndose añicos y los ruidos se volvieron persistentes. Se escuchaban gritos de niños, de mujeres y a hombres dando órdenes que escapaban a mi comprensión. Pues estaba tan aturdida que solo escuchaba ruido, era incapaz de prestar atención a sus palabras. 

Vi gente correr hacia la parte superior del barco con la ropa empapada, gente que no había visto en todo lo que llevábamos de trayecto. 

Harry tiró de mi mano sacándome de aquel estado de letargo, para darme cuenta que estaba viviendo una auténtica pesadilla”-se escuchó un silencio en la cinta. Recordaba claramente la cara de Madeleine, sombría, conteniendo las lágrimas que asomaban a sus lindos ojos marrones. 

“… ya en la cubierta del barco, Harry siguió arrastrándome entre la marea de gente que se agolpa como podía a las barandillas. Era imposible caminar, el suelo se inclinaba cada vez más.

Yo miraba a un lado y a otro. Los pocos botes eran deslizados hasta el agua  con pasajeros. Había gente que se precipitaba al vacío al no haberse podido sujetar bien, golpeándose con cuanto objeto encontraban en el camino.

Pero lo peor Clara, es que la desesperación de la gente hacía que saltarán a las profundas y oscuras aguas, sabiendo que su fin iba a ser el único que podían encontrar, la muerte.  En ese momento  lo único que me propuse, fue no soltar la mano de mi prometido para irme al fondo del mar con él.

En frente de un bote que ya había emprendido su descenso hacía las frías aguas,  compuesto por apenas 28 personas de las 60 que podían viajar en él, fue donde Harry  me trajo hacia si dándome un beso y distrayéndome de sus intenciones. 

Me cogió y me lanzó por la barandilla  cayendo dos metros más abajo, en el bote. Solo había un dolor, y era el de no haber sido capaz de reaccionar a tiempo, para quedarme con mi prometido en aquella cubierta. 

Mi mirada se posó en su figura, cada vez más lejana, y ya a una decenas de metros de distancia, vi como el frio agua parecía tragarse aquel gigante de metal y ahogando un gran lamento en el mar.

Después surgió el silencio acompañado de los quejidos y los lamentos de las miles de personas que yacían en el inmenso mar.  

Clara, esa fue la última vez que vi a Harry con vida. El único recuerdo que me dejó,  fue  la rosa blanca prendida en su ojal, que en ese momento descansaba en mis manos y que debí de arrancarle al agarrarme a su chaqueta cuando me lanzó.

Desde entonces, soy la viuda de la rosa blanca como me apoda el empleado de la floristería, donde siempre  me guardan rosas blancas como estas que adornan  mis jarrones”

La cinta dejó de girar llegando a su fin, y yo me encontraba todavía sentada en aquel sillón blanco de su casa, con la taza de té en mis manos y recordando su semblante al contarme aquella trágica historia.

Recogí la grabadora y me encaminé hacia la mesa de comedor donde descansaba el florero con rosas blancas. Tomé una y me acerque a la estancia que estaba presidia por su féretro.

Coloque entre sus manos aquella rosa blanca, pensando que si existía otra vida se la devolvería a su adorado Harry, el cual como ella decía, la esperaba en aquel salón del gran TITANIC.

En memoria de todos aquellos que hace 100 años perdieron sus vidas.

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