martes, 27 de mayo de 2014


Ains! el otro día venía harta de tanto zapato, de tanto andar…es lo que tiene llevar tacones, es un suplicio pero como dicen que para estar mona hay que sufrir… En fin, lo malo es cuando los zapatos te revientan y no encuentras sitio, ahí sí, ¡terminas pareciéndote a un péndulo!. Sin embargo ese no fue el caso de nuestra protagonista.

Subía corriendo, con la lengua fuera, con el bolso en la mano y una silla a cuestas, si como lo oyes, una silla de esas de concina, de las que hacían juego con la mesa y que tienen el asiento de formica y el respaldo de barras de metal, vamos de las de toda la vida y que hoy en día, en el mejor de los casos, la encuentras en una tienda de segunda mano…

Si, así venía, con ella en la espalda y refunfuñando porque empezó a sonar el aviso de cierre de las puertas. Entró en el último momento, digna, con su silla de formica que colocó en el centro del vagón, donde se sentó y cruzó la pierna como si estuviera en medio de su salón, solo le faltó las pipas y el televisor. Lo bueno es que si o si tenía sitio, lo malo… bueno el vagón ¡estaba vacío! Así que imagínate como se quedó la poca gente que viajábamos… en fin yo la próxima me llevo la silla plegable que es mucho más cómoda de colgar al hombro.

2 comentarios:

  1. Qué estampa, madre mía! Pensemos que es que la había llevado a arreglar y ya que estaba, pues la usaba, no que cargaba con ella a todos sitios. ;)

    Besos!!

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    Respuestas
    1. Si, ¿verdad? mejor pensar que iba a por ella... jejeje. Besotes!!

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¡¡¡Muchas gracias por tu comentario!!!

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