martes, 11 de febrero de 2014
   
Parece que la gente inactiva está de moda. Ayer como de costumbre me senté en el mismo sitio de siempre a esperar a que el tren arrancara, cuando un chico entró y se colocó justo de espaldas a las puertas de acceso. El muchacho permaneció quieto, muy quieto con la mochila a los pies, las manos agarradas a la altura de la cintura y la mirada fija en un punto en el horizonte. 

Era un caso curioso, porque por más que me fijaba en él no pestañeaba, no se le movía un pelo, ¡nada! Era como una estatua en medio del vagón. Fue tanta la curiosidad que me inspiró, que le miraba de reojo incluso cuando estuve hablando con una pareja de ancianos para cederles mi sitio. Pero nada allí estaba del mismo modo que antes. ¡Es que no movía ni las aletas de la nariz! Sorprendente… 

La cosa fue que al arrancar el tren saltó de repente:

- ¿Se va a sentar?- Nos sobresaltamos. El hombre sorprendido no contestó, se le quedó mirando.- se lo digo porque hay sitios vacíos- su tono sonó tan brusco, que hasta yo me puse firme y eso que iba sentada. 

- ¡Siéntate hombre!, si hay sitio.- la mujer se lo dijo apresuradamente y el marido tomó asiento al otro lado. Yo creo que fue porque se acojonó. 

Y es que le he dado tantas vueltas, que al final he llegado a la conclusión que era un militar camuflado, pero no uno cualquiera, yo diría un legionario de esos con mala leche. 

¡Uff! Espero relajarme algún día, el estado "firmes" ¡me dura todavía!.


4 comentarios:

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