viernes, 8 de febrero de 2013




A las 10 en punto se abrieron los cierres del paraíso. Un movimiento de pelo y las puertas de cristal se hicieron a un lado para dar comienzo a largos pasillos, adornados con largas alfombras rojas. Se podía decir que aquel día apenas habían sido estrenados, que apenas habían sido pisoteados por otros pies, que no fueran los suyos. 

El olor a nuevo, a estreno se extendía por sus fosas nasales y recorría su cuerpo como pura adrenalina. Los colores, las texturas, los diferentes objetos permanecían muy quietos ante el roce de sus dedos. Permanecían perfectamente alineados en los estantes, presentados con nombre y apellidos seguidos del precio que había que pagar por sus cabezas, algo a lo que ella no prestaba atención. 

Sus decisiones eran concisas, claras, no titubeaba. Se basaban en su instinto, en el deseo. Para ella todo era perfecto, todo era deseable,  todo era digno  de su ropero, de su baño, todo era digno de pasar por delante de la caja y de ser amontonado en diminutas bolsas de papel. La única que se negaba y que tiritaba en sus manos era la tarjeta de crédito, que a pesar de sus suplicas terminaba siendo callada con una simple pasada por el lector.


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