Doña Melita era un cacho de pan, sonreía de la noche a la mañana y daba igual que saliera el sol o cayeran chuzos de punta en su casa, su cara era impasible ante las adversidades. Era tal el buen ánimo con el que te recibía, que era hasta contagioso y no solo salías de buen humor, si no que afectaba el bolsillo. Porque a parte, Doña Melita tenía una facilidad increíble para ofrecerte cosas y para que estas te parecieran estupendas... todo estaba buenísimo, todo estaba en oferta, todo era perfecto para tí... así cualquiera se resistía a llenar dos bolsas en un pis pas.

Y así estaba yo, cargada como una mula de regreso a casa, porque hay que ver los que pesaba la dichosa compra... Para cuando quise llegar tuve que descansar cinco minutos y perder diez en encontrar las dichosas llaves en el fondo de alguna de aquellas bolsas. Fue entonces perdida en mi tarea cuando me percaté de que estaba escuchando voces conocidas.

- ¿Y van a estar por mucho tiempo?
- No, unos días. En lo que se repone mi marido.
- Entiendo...pues muy bien, aquí están bien atendidos.
- Si, mi nieta se porta de maravilla, tanto que no me deja hacer nada
- ¡Pues aprovéchese mujer!

Cuando por fin las encontré, subí los escalones de tres en tres. Pero para cuando llegue la conversación había terminado.

- ¡Hola! Abuela, ¿con quién hablabas?
- Con tu vecina... Pepi creo que se llama, es que me había pedido una pizca de sal y le he dejado el tarro que tienes en la cocina.
- ¿El tarro?
- Si, me ha dicho que dentro de cinco minutos lo traía, que estaba haciendo la comida.

[Din-Don]

Aquello se ponía feo... muy feo...