viernes, 14 de noviembre de 2014

En casa tenemos una palabra secreta, pero como esto es escrito puedo decírtelo sin problemas, es Veterinario. Sip, Manolito le tiene pánico a esas señoras con bata, y no me extraña yo también lo tendría...

Esta semana le tocaba vacuna. Por suerte solo pisa la clínica dos veces al año pero son suficientes para montar un circo de mucho cuidado. Lo primero esconderse, eso de que aparezca la jaula porque sí sin previos movimientos de maletas, huele mal. Así que lo mejor es andar con sigilo y esconderse en cualquier lugar. Por ejemplo, debajo de la mesa. Aunque de poco le sirve porque sabe que es inevitable.

El momento de entrar en la jaula es el más complicado, porque hace fuerza con las patas delanteras, luego con las traseras, después te pone el rabo en la cara...es un pulso a haber quién gana. Al final termina en la clínica gruñendo como un perro, asustando a media clientela, acojonando a la enfermera, con una manta por encima y un pequeño pinchazo de na.

Pero lo cierto es que lo pasa mal, muy mal. El pobre acaba agotado de los nervios, el estrés y el miedo. Después de una visita al veterinario no tenemos gato hasta pasado dos días y para colmo se enfada con nosotros, ¡pero si es por su bieeennnn!


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