domingo, 16 de diciembre de 2012


Aquella cena se había convertido en un auténtico infierno, y  Squonk estaba convencido de que a él le había tocado la parte más complicada de todas. Hubiera preferido cocinar el chocinillo en salsa de moho con guarnición de sepas a la tiojana o sacarse la cera de las orejas para iluminar la casa, pero no, de eso ya se encargaría Capurnia. A él le correspondía darse un paseo hasta el centro comercial El Corte Monstruoso y comprar lo más destacado de la noche: el anillo.


Resignado ante su destino,  Squonk se postro ante el cristal del  mostrador con la esperanza de encontrar algo bonito y barato que encajara en el “tremendo” dedo de su futura esposa.  Pero sus esperanzas se vieron mermadas cuando comenzó a desfilar ante sus ojos números de dos y hasta tres cifras, en una auténtica variedad de anillos.

Los había de oro, oro blanco, plata, acero, contrachapado, con piedras, con perlas y con diamantes, pero ninguno encajaba con lo necesitaba para Capurnia. Porque bien ella era alérgica al oro, las piedras no le gustaban a su monstruosa suegra, las perlas no estaban bien vistas por su madre,  los diamantes eran demasiado caros para su bolsillo, la plata y el acero no era adecuado según su futura cuñada y ni hablemos del contrachapado… a su suegro le daría que pensar que su futuro yerno comprara esa “porquería de metal”. De este modo se lo hizo saber a todas las dependientas que muy solicitas prestaban su ayuda  y siempre obtenía la misma respuestas: lo siento señor, no tenemos nada que se ajuste a sus necesidades.

Con la cabeza gacha y el ánimo por los suelos se aproximaba ya a la puerta de salida cuando se topó con un joven de unos veinte monstruoaños que repartía publicidad: Tenga señor, ¡joyas impresionantes a precios monstruosos!. Era la última oportunidad para salvar su compromiso.

Acessorios Monstruosos, rezaba en el letrero que daba paso a la entrada y tras el que se podía observar los bolsos, pañuelos, gorros, guantes, collares... que colgaban de las paredes, los muebles y los estantes que rodeaban un pequeño mostrador al fondo del estrecho pasillo. Apoyado sobre este había un letrero en el que informaba a la clientela de que se hacían  anillos a medida, la cara de Squonk se iluminó  al instante.

Diez de la noche. Capurnia permanecía con los ojos bien abiertos al igual que el resto de la familia, mientras Squonk deslizaba el anillo lentamente por su dedo. Un silencio incomodo se extendía por toda la cueva, desconocía si era un silencio desconcertante, temeroso o emocionante, pero aquel silencio pareció durar una eternidad. Finalmente alguien exclamó:

Pero este anillo no es ni de oro,  ni oro blanco, ni plata, ni acero, ni contrachapado...

-  No, es de alambre.

-  Ohh!! – exclamaron todos a la vez.

pero... ¡¿tiene una perla?!

-  No, es un botón.

- Ahh!- de nuevo se volvió a escuchar todas las voces a la vez, tras lo que surgió de nuevo el silencio.

Cinco minutos más tarde la familia al completo junto con Capurnia, aplaudía complacida y el futuro suegro de Squonk le estrechaba entre sus monstruosos brazos exclamando: chico, ¡¡eres un yerno monstruoso!!


PD: dedicado a Nelia y a su hermana por hacerme propietaria de los tres anillos de la foto y del relato ;) Un abrazo inmenso!!


 

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